Los menores habían sido vistos por última vez a las 2 de la tarde del domingo, cuando jugaban en un barrio periférico de la ciudad, próximo a las conocidas Cuevas de Bellamar. A las 5 de la tarde del propio día los padres dieron las primeras señales de alarma al desconocer su paradero y la búsqueda comenzó unas horas después con efectivos de los bomberos, la policía y vecinos de la zona.
Perros de la Policía Nacional Revolucionaria siguieron el rastro hasta un sector de la Cueva de los Champiñones, un sitio conocido así por un vivero de dichas plantas existente años atrás, cuyos pasajes están muy próximos al Sistema Cavernario Bellamar, sitio turístico más antiguo en explotación en Cuba.
Los caninos no pudieron continuar hacia delante por la pendiente brusca, y se solicitaron los servicios de la Sociedad Espeleológica de Cuba, junto al Cuerpo de Bomberos, y al filo de las 9 de la mañana aparecieron los infantes quienes de inmediato fueron remitidos al Hospital Pediátrico Eliseo Noel Caamaño, de esta ciudad.
"Los niños llegaron clínicamente bien -refiere el doctor Ramón Dávila Ramírez, director de la institución hospitalaria-, llegaron por sus propios pies, conscientes y se pusieron a dispocisión de los mejores especialistas. Cuatro de ellos recibieron el alta médica y otros dos permanecerán en observación debido a un dolor abdominal y lesiones en los pies, y el otro caso por una ligera deshidratación".
Marlon González Quintero, de 11 años, y estudiante en la escuela primaria "Mártires del Goicuría", manifestó que se sentía bien, que el dolor ya había pasado y solo quedaba el susto. "Nosotros estábamos jugando por allí, -cuenta el niño- y decidimos entrar y caminar hacia las partes que nunca habíamos visto. Pero nos perdimos y dimos vueltas en círculos hasta que decidimos esperar a que alguien nos fuera a buscar".
Por su parte, Carlos Ernesto Estupiñán Robaina, de 17 años y estudiante del politécnico Ernest Telman, confirmó la espontaneidad de su travesura, a la que se lanzaron sin la más mínima preparación: "Ya cuando llegamos hasta el final que había como un túnel con el piso de tierra, ya no pudimos seguir avanzando, entonces nos sentamos a esperar".
No abundaron mucho en la narración de sus peripecias, ni dieron más detalles de lo que el susto les ocasionó, mas alguna que otra arista de su "aventura" quedó para la historia, como que al momento de dormir, dos de los muchachos (no especificaron cuales) eran sonámbulos y eso al parecer aportó su parte de misterio a una película cuyo final es feliz, gracias a la inmediata movilización de cuantas fuerzas fue posible disponer.
La madre de Marlon Odeymi Quintero expresó sin que le preguntaran su inmensa gratitud por todo aquel que intervino en el rescate de su hijo y sus amigos, algún sollozo le entrecortó la voz y se aferró al pequeño en un abrazo al concluir sus palabras. El gesto dijo lo demás.
Lo que no aparece en estas líneas ni ante las cámaras de los periodistas, lo comentábamos después quienes acudimos a reportar el hecho, a partir de las propias memorias de adolescentes de nosotros en esas mismas cuevas o en otras similares, y lo que tras la puerta de casa se llevaría cada uno de los niños perdidos ahora además del susto.
Para ambos "exploradores", como les apodaron los enfermeros del hospital, la conclusión es una: "No, ahí no bajo más, ya con esta vez basta". Pero quien sabe si la disculpa será suficiente para escapar de la severidad paterna, pues el susto para muchísimas familias matanceras fue grande.
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