La pregunta suena a sensacionalismo, a chisme barato para comprar audiencias. Tal es el sonido, el hedor más bien, que emana de una tendencia del periodismo deportivo cubano en los últimos tiempos.
Más que cronicar las hazañas y fracasos de los peloteros cubanos, cierta prensa especializada se conformó con complacer los oídos de quienes machacaban hasta el cansancio los defectos del director del equipo Matanzas, sumándose a un coro que encontró sus acordes más parejos durante el último play off.
La guinda del pastel fue la supuesta Teoría de la Conspiración, según la cual, el Destino Manifiesto de la 53 Serie Nacional era coronar a los Cocodrilos al precio que fuera necesario, opinión que navegaba en las redes y peñas deportivas hasta que de golpe y porrazo alguien se hizo eco de ella en la televisión nacional. Para colmo, tal desatino llegó a la pantalla justo un día después del domingo en que una trifulca aún no aclarada, ensombreciera el curso de la porfía entre Villa Clara y Matanzas.
Apenas unos días antes, la prensa villaclareña se hacía eco de unas declaraciones de Ramón Moré, muy distantes del sentido común, y sonaban como los clamores de las espartanas al despedir a sus antológicos maridos cuando partían a la guerra.
Todo ello invita a reflexionar en torno a dos temas relacionados con los medios de prensa: Responsabilidad Social y Ética. ¿Será honesto que un medio cubano de prensa contribuya a hinchar las velas de la ira que engendra el fanatismo? ¿Resulta válido que un profesional del periodismo abandone los preceptos más elementales, solo porque se deje llevar por la pasión?
Tal y como los médicos realizan al graduarse el juramento hipocrático, según el cual no podrán dañar a conciencia a un paciente, o los cristianos creen en los Diez Mandamientos, los periodistas tienen su Código de Ética, el cual a todas luces ni se domina ni se tiene en cuenta en ocasiones.
Lo que nos conduce a otro tema de reflexión: ¿están verdaderamente preparados nuestros cronistas deportivos? ¿Se gana algo con la improvisación?
Durante años, el periodismo deportivo fue visto en los ámbitos de la prensa, como una especialidad menor. Quienes preferían dicha temática eran subvalorados, e incluso, en ocasiones, se asignaban dichas encomiendas a quienes menos luces demostraban para sectores más encumbrados.
Craso error. Tiene tanto el periodista deportivo de responsabilidad como el comentarista de los más acuciantes temas nacionales. ¿Acaso no constituyen la nueva política salarial de los atletas, o los permisos para ser contratados en el exterior, gigantescos pasos dentro de la nueva política económica cubana? ¿Acaso no son muy serios los trabajos que esperan tras las ruinas de innumerables instalaciones deportivas, hundidas por la desidia, la falta de sistematicidad o el escudarse en el bloqueo?
El periodismo deportivo contemporáneo merece y precisa una preparación mucho mayor de quienes lo ejercen, las columnas dedicadas a la pelota necesitan de tanto vuelo, como las que comentan acerca de la cinematografía mundial.
Y cualquiera no puede escribir de pelota, no. Para los directores de los medios constituye una responsabilidad instruir a sus subordinados, que ni aún arrastrados por el maremágnum de la pasión tenemos derecho a irrumpir en las redes sociales, las páginas de un diario oficial, o los noticiarios matutinos, con opiniones que tiren leña al fuego y puedan provocar la violencia de aquellos aficionados que encuentran en la pelota, una salida para canalizar sus frustraciones o carencias.
Un director de pelota tiene múltiples responsabilidades. Una de ellas, la más pública, es cargar con el peso de sus decisiones. Tal y como el cirujano tiene en sus manos la vida de un ser humano, o el juez el futuro de una familia. Solo que dicho llamado lo cumple ante miles de personas que le increpan o aplauden según sea el caso, mientras que a aquellos, nadie les juzga al día siguiente en el diario.
Eso al menos, tienen en común Michel Contreras y Víctor Mesa: ambos conocen al dedillo sus respectivas profesiones, están entre quienes mejor las ejercen en Cuba y tienen el coraje de hacerlo ante los ojos de cientos de miles de compatriotas, sin pensar en que aciertan o hierran a cada paso que dan.
El respeto a esa valentía debe ser el menor tributo que les podamos rendir.
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