Combates continuados en las calles de Siria |
El programa Dossier, de Telesur, pasó las imágenes más duras que he visto en mis quince años de reportero. Ese “monstruo” del periodismo que es Walter Martínez tuvo la decencia de advertirlo: se verían horrores, niños a la cama que se hablarán palabras de adultos.
Y aunque para nuestros infantes los cuerpos destrozados en el cine ya no sean novedad, ahora se trataba de la vida real. Esa que se oculta a veces, y cuando se muestra es para decir todo lo contrario.
La Televisión Siria puede estar ahora mismo acusada de “terrorismo mediático” por transmitir la imagen ensangrentada de pobladores de una de sus ciudades masacrados por los grupos de la oposición, en una espiral de violencia que no tiene para cuando acabar.
¿Será ético mostrar tanta sangre en pantalla? ¿Debemos admitir ver cómo un soldado sacaba un niño inerte de debajo del cuerpo rígido de una señora que murió intentando proteger al menor? ¿Acaso es legítimo sacar en pantalla esos primeros planos de cabezas destrozadas por disparos, ojos en blanco, ríos de sangre inocente?
Desde estudiantes los periodistas aprenden a censurar aquellas imágenes que pueden resultar lacerantes. Las propias normas de redacción de la televisión cubana así lo exigen explícitamente. Entonces, ¿por qué enseñar tanta muerte?
Pensemos por un instante, lo que Siria vive hoy se vivió en Cuba en los años 60 del siglo XX, quizás no con tanta saña pero con similar intención. Recordemos La Coubre y los marinos destrozados por las bombas, Girón y los milicianos adolescentes ardiendo por el napalm. Y ¿qué iban a hacer los cubanos? ¿Poner la otra mejilla? ¿Guardar las pruebas de la alevosía?
La televisión siria se defiende. Y lo hace con todo. Porque saben que en la defensa de su derecho a decidir el destino del país está el secreto a que no pasen las televisoras del mundo ejecuciones sumarias como la de Ghadaffi. Y muy tontos seríamos los que del lado de acá del mapa del Tercer Mundo decidamos ignorar el terror, y hundir la cabeza en la arena. Hay que dejar que los muertos de Siria inunden la retina, que duela la vista y el corazón, pero no como un simple acto de masoquismo, sino como una aclaración de dudas para la posteridad.
En fin de cuentas, ya sabíamos bien de qué lado se atrinchera el terror, cuando de buscar petróleo e influencia política se trata, sobre todo ahora que el Medio Oriente vuelve a estar de moda, y mucha gente de la región debe pensar que la bendición que la naturaleza puso bajo sus pies, se ha transformado en su maldición, en su cruz.
Y no nos engañemos, las imágenes del terror tendrán que seguir pasando ante nuestros ojos, la conciencia seguirá machacándose con semejante horror. Porque la humanidad aún no halló soluciones justas, y parece desbocada en una carrera que solo termina en la extinción prematura de esta especie.
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