miércoles, 6 de marzo de 2013

Homenaje a Chávez y a Juan Gualberto


La Jornada de la Prensa Cubana comenzó en Matanzas en una tarde triste de marzo. Murió Chávez, me dijeron al terminar de hablar en un acto público en homenaje al ilustre periodista matancero Juan Gualberto Gómez en su pueblo natal del mismo nombre.
Para mí se acabó ahí mismo el acto, aunque después le cantaran décimas al prócer y otros oradores hicieran uso de la palabra.
Tubal Páez Hernández, Presidente Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba entregó acto seguido el Gran Premio del Concurso Infantil ¿Qué sabes de Juan Gualberto? al pionero Pablo E. Quintero Álvarez, convertido en un adolescente experto en la figura de Gómez, al obtener semejante lauro por cuarta ocasión consecutiva.
El propio niño demostró sus dotes con la palabra y varios artistas rindieron tributo a quien dedicó vida y obra a la igualdad entre los hombres y la independencia de Cuba. Estaba a su lado Omar Ruiz Martín, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba en Matanzas y el canadiense amigo de Cuba Arnold August, quien merecerá la distinción Félix Elmuza.
Sin embargo, mi mente ya no estuvo más allí. En apenas minutos pude rememorar cada instante del encuentro casual que sostuve en Venezuela con el líder bolivariano. Corrían los días duros del paro petrolero, duros sí, porque parecía ilógico, pero no había combustible en la nación del petróleo para salir de Barquisimeto a Caracas, y solo cuando un ómnibus llevó a los médicos que volarían a Cuba desde la base aérea de Maracay, pudimos regresar a nuestro sitio de estancia.
Amanecía después de tres días en un albergue, una madrugada en la carretera y varias noches de mal dormir. Los médicos partieron en un avión militar y justo a su salida un helicóptero aterrizó junto a un enorme avión blanco "sospechosamente" parecido al del Presidente.
"Ahí está Chávez" exclamaron desde la cerca quienes estaban en el lugar, y el chofer de la guagua, venezolano por demás, nos dijo, Vamos para dentro. Y atónito ante la audacia, los tres integrantes del equipo de la Televisión Cubana volvimos a entrar al edificio, para mí por gusto, porque no creía que nos dejaran pasar entonces.
"Médicos cubanos", dijo el chofer a los dos guardias apostados en el pasillo, con sus enormes fusiles en ristre, y fue como el ábrete césamo de los anillos de seguridad. Entremos y un grupo de personas se agolpaba en el final del corredor para ver entrar a Chávez hasta que al fin llegó, y llenó el salón con su presencia inabarcable.
Tronó el saludo diáfano para todos, tendió las manos a quien tenía más cerca, y justo cuando se alejaba, la frase "Chávez, médicos cubanos" le hizo regresar como un disparo hacia nosotros. Impresionante el saludo personal a cada uno, preguntas van y vienen como si periodista fuera él, sonrisas y elogios para unos perfectos desconocidos, desgarbados, con las patillas sin afeitar y en la ropa las huellas de un viaje tropeloso.
Y cuando le confesamos que en realidad éramos periodistas dedicados a plasmar el quehacer de los médicos, fue más tenaz aún en saber cómo trabajábamos. Y para nuestra sorpresa se volteó a la multitud y espetó: "Mira que hablan pestes aquí de los cubanos, y aquí están, lejos de sus familias, dándolo todo por nosotros". Más o menos por ahí estuvieron sus palabras, grabadas en la memoria como la bendición de un padre a sus hijos.
Un apretón de manos y tal parecía que todo el peso del continente se escondía detrás de aquel brazo poderoso. Se alejó y antes de perderse en el corredor se volteó y nos gritó: "Me voy a Ecuador, le voy a decir a Fidel que me topé con unos periodistas de él por aquí".
Sobra decir el torrente de emociones para tres jóvenes que no llegaban a 30 años, en su primera misión internacionalista, en medio de las circunstancias más desfavorables posibles. De nada valió que se rompiera la guagua frente a uno de esos cerros de Caracas, donde las diferencias sociales heredadas por décadas de neo liberalismo,  militarización y demás calamidades, hacían brotar la violencia. De nada valió llegar a casa sin comer y sin comida hecha, sin baño y sin agua en la cisterna. Nada de eso importaba. Lo esencial también allí fue invisible a los ojos, trepidaba por dentro.
Más adelante volvimos a verlo en el Palacio de Miraflores, invitados personalmente por el Presidente, hubo fotos, autógrafos, recuerdos.
Más de diez años después volví a trabajar a Venezuela y no pudimos hablar con Chávez. Pero ya la experiencia había quedado para siempre.
Ahora llegó esta noticia. Y todavía la mano siente el peso continental de Chávez, y el recuerdo de su palabra y hospitalidad para con nosotros permanece vivo.
De vuelta a la Jornada de la Prensa, acabó la velada político cultural y todo un pueblo se movía en las calles, incrédulo todavía, ¿cómo es que se murió Chávez?
Y es que no se murió deverdad. Es otra de sus bromas, esta un poco más pesada. Ya le escucheramos dando un discurso, interrumpirlo para cantar, echarle un chiste a Fidel como solo él puede hacerlo, jurarndo por la Constitución y por la Biblia, dándole candanga al imperialismo en cada esquina de esta Patria Grande, donde no, Chávez no morirá jamás.


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