Cuba amaneció este lunes con la prohibición de hablar de pelota. No hubo decreto de luto, no hubo editoriales en la prensa, pero las caras de cientos de miles de fanáticos a lo largo de la Isla expresaban las horas sin dormir y el peso de la derrota que sufriera el equipo de béisbol en el Tokío Dome al filo de las 10 de la mañana.
Solo después de esa hora la vida recobró su ritmo en este país que contuvo la respiración por 200 minutos, para ahogar el grito de euforia largamente esperado, en un suspiro que ya parece aburrir de tantas veces que se reitera.
Juro que desde entonces me negué al intercambio. Apenas el martes este cubano ha conseguido balbucear unas palabras, sin que Pi 3,14 aflore virilmente a sus labios.
Porque esta selección nos invitó a soñar. Habían desaparecido los comentarios triunfalistas de narradores y directivos, nadie infló globo alguno; la promesa de llegar a San Francisco, sede de la final, la posibilidad latente de ganar el Clásico, se anunciaba con el lenguaje inconfundible de los batazos tronando contra las cercas y más allá.
Como en los viejos tiempos, titulaba ESPN el paso de Cuba por el torneo, en alusión a la época en que los Linares y compañía resolvían en siete entradas el trámite de desbaratar a cuanto rival enfrentaran, con la diferencia de que ahora se usa bate de madera, y se enfrentan conjuntos profesionales curtidos al más alto nivel.
Soñamos muchos, cómo no, con la idea de alzarnos con el triunfo y sacudirnos de una vez con estos siete años de ignominia, de impotencia ante la derrota, estaba tan cerca que se podía oler.
Sin embargo, una vez más caímos, quizás con media bota puesta. Porque más que Holanda nos haya ganado, creo que perdimos nosotros.
Concuerdo con Víctor Mesa en no buscar culpables entre los jugadores, aunque un niño de diez años me dijera que había uno que estaba comiendo catibía, porque en su escuela pusieron el juego a la hora del receso, y todos vieron los despistes. Así de seguido fue este juego.
Ahora, a esperar. A dejar de sufrir cuando se pase el berrinche por este amor esquivo, a refugiarse quizás en el consuelo barato de una serie nacional.
Incluso así quedan dudas en el aire. ¿Cómo recibirán los fanáticos el segmento “selectivo” del torneo doméstico tras haber visto tanta pelota del máximo nivel? A lo bueno se acostumbra uno rápido.
Uffff, y aunque jure y perjure que no voy a pensar mal…., pero ¿cómo carajo va a entrar Yuliesky al estadio después de esto? ¡Coño, chico, ya empezó a subirme la presión! Mira, mejor hablamos de política, que en Cuba hoy es más saludable.
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