Hace una semana prometí abordar el tema del enemigo de la Revolución desde la óptica del que tenemos dentro. Y ojo, que no me refiero a los mercenarios pagados por Estados Unidos, no, hablo de los que maltratan a Cuba cuando dicen defenderla.
El enemigo interno acecha desde cada mala acción emprendida por quienes defendemos el proceso revolucionario, se esconde tras la burocracia, tras lo que los cubanos conocemos como “la comisión de obstáculos”, la chapucería, tras la insensibilidad y el estar de brazos cruzados.
Hace años, Fidel Castro definió en el Aula Magna de la Universidad de La Habana la posibilidad de que la Revolución fuera reversible, de que pudiera ser destruida desde adentro. Se refería el líder histórico a la corrupción, y también a los vicios que pueden entronizarse en un proceso revolucionario si no se renueva a sí mismo constantemente. Una interpretación bien actualizada puede hacernos pensar en aquello que tanto se escucha en conversaciones mundanas: “¿para qué voy a hacer algo si al final no voy a arreglar el mundo?”
El inmovilismo es el principal aliado del enemigo externo, es una de sus metas, la desmovilización de la sociedad. Una sociedad que se construyó a sí misma, hecha en su molde propio, quizás importando algún que otro patrón del ya extinto campo socialista, pero que innovó con creces. Gracias a la movilización voluntaria y masiva Cuba eliminó el analfabetismo, derrotó a las bandas de alzados y a los mercenarios de Playa Girón, enfrentó las zafras, la construcción de viviendas, escuelas, hospitales y hasta estadios de pelota.
Contar con el más amplio respaldo popular siempre fue la principal baza de un gobierno que no tenía otra cosa que ofrecer, que repartir la pobreza entre todos para que tocara a menos. Sin embargo, quienes vivieron aquellos tiempos peinan canas y muchas veces no encuentran formas de convencer a sus nietos de que la Revolución no es solo el racionamiento extremo de los años 90, o el abismo cambiario entre dos monedas nacionales, o que todo lo que tenga marca no es sinónimo de calidad per se.
La apuesta del otro lado del charco justamente está echada a la carta de conseguir que a la vuelta de los años, quienes hoy asisten al pre universitario, nieguen su pertenencia a una nación que los ampara como ninguna, a insertarse en cualquier movimiento que signifique compromiso.
El otro aliado del enemigo es el silencio cómplice. ¿Cuántas veces hemos escuchado “eso no debe decirse porque le damos armas al enemigo”? Demasiadas veces. En una sociedad tan bloqueada desde fuera como espiada, creo que todo se sabe. Aquí tenemos un ajíaco para el caldo de cultivo: empresarios ineficaces, gente indolente con sus semejantes, funcionarios que no responden al pueblo. Y sí, está el bloqueo americano, el de verdad y está el bloqueo interno, también de verdad.
Tanto los dirigentes políticos como los administrativos tienen por obligación moral y de su cargo, acercarse más a los barrios, a los centros de trabajo y escuchar constantemente las inquietudes de la población. Para los medios de prensa la responsabilidad es todavía si se quiere mayor, porque implica abogar por una mayor autonomía, un espíritu crítico soberano pero a la vez, una responsabilidad mucho más grande con el pueblo.
Si nos maltratamos entre nosotros mismos, sí le hacemos el juego al enemigo. Si insistimos en callar lo que todo el mundo sabe, si olvidamos dar una respuesta a tiempo, si no denunciamos lo mal hecho, sí le hacemos el juego al enemigo. Sobran los ejemplos de denuncias sin respuestas en nuestros medios de prensa, de personas ahogadas por la impotencia, ante problemas sin solución y que parece no importarles a algunos de los que tienen el mandato popular de responder por ello.
Recientemente Miguel Díaz Canel Bermúdez habló en Matanzas de las características de la subversión y se refirió a que para enfrentarla hay que hacerlo todo bien, hay que participar en la vida del país, no dejar espacios a la desidia, no ver lo anormal como normal.
Llamaba el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros a resolver problemas sin acumularlos, eliminar la impunidad y establecer un diálogo permanente con la gente. Solo así se derrota al enemigo interno.
Y el llamado no puede caer en saco roto. La Revolución tiene que revolucionarse a sí misma desde adentro, y para eso necesita del concurso de la sociedad toda. Es la hora del exorcismo de los fantasmas que se roban nuestros sueños, y a todos cabe una cuota de responsabilidad.
(Caricatura tomada del blog La Chispa Prendida de Douglas Nelson Pérez)
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